miércoles, 27 de febrero de 2013


2ª NARRACION 
(a partir de un texto recomendado, en azul)


Tengo que procurar no hacer ruido. Me duele cada hueso, cada músculo, cada milímetro cuadrado de mi geografía. Se que me están buscando, oigo sus pasos. No se si aguantaré. Es la lucha, mi lucha para sobrevivir.

¿Cómo he llegado a ésto? ¿Cómo empezó? Me cuesta recordarlo, es todo tan confuso... La situación me sobrepasa, bloquea mi raciocinio. Siempre me ha pasado lo mismo estando sometido a presión. Hasta en el colegio, cuando me preguntaban, era capaz de contestar lo primero que me pasaba por la cabeza sin razonar. Los documentos están a buen recaudo pero, ¿qué pasará si me encuentran? ¿Hasta donde están dispuestos a llegar para conseguirlos? Como me aprieten un poco los tornillos... ¡No quiero ni pensarlo!

Mi cerebro es un caos. El ruido de pasos ha cesado. Deben haberse parado... Quizás se han despistado y no saben por donde seguir buscándome. Se oyen otra vez. Parece que se alejan...

Fue por culpa de Eduardo. ¿O de Rita? No, no, fue de Eduardo, lo recuerdo perfectamente. En aquella época no tenía donde caerse muerto. Bueno, eso decía él. Ya querrían muchos caerse muertos en lo que tenían él y su familia entonces, pero era poco para él.

Tendría que haberme escondido dentro del armario. ¡Qué imbécil! Quitando una leja de las sábanas me hubiese podido poner acurrucado y con el mogollón de ropa de ella que hay colgada delante no me hubieran visto. A nadie se le puede ocurrir que un armario tenga tanto fondo pero ha sido todo tan rápido... No me ha dado tiempo más que de meterme debajo de la cama. Como cuando estuvo a punto de descubrirnos en su casa el marido de Encarna. ¡Jo!, menudo repaso se dieron. No me explico como esa loca iba pidiendo guerra si con ese animal tenía de sobra... Bueno, supongo que de vez en cuando le gustaba algo de calidad y con clase... Estoy desvariando. Con lo que se me ha venido encima y recordando batallitas. ¡El pomo de la puerta chirría!

¡Dios, van a entrar! Tengo que acurrucarme más, pero no me responden las piernas; estoy agarrotado. Cada movimiento es un suplicio. No entran... ¡Un móvil! ¡Ha sonado un móvil! Esa llamada puede ser mi salvación. Reciben nuevas instrucciones y se van. O descentrados por la interrupción se van a mirar a otra habitación olvidando que no han entrado en ésta. A mí me pasa a veces: algo me saca de lo que iba a hacer, me desconcentra y olvido lo que tenía «in mente». Ya no se oye nada. Ni voces. Puede que se hayan alejado... Me estoy meando.

Enredarse fue tan fácil... Era un complemento perfecto del trabajo y me daba oportunidad de tratar a un tipo de personas que de otra forma no hubiera conocido nunca, aparte de que triplicaba mis ingresos. Anotar las entregas, meter el efectivo en los sobres, mandar los regalos... No hacía falta ni comprarlos, cada empresa se encargaba de enviarlos a nuestra delegación y gente de confianza se encargaba de repartirlos con discreción. Bueno, no siempre; como aquella ocasión en que había que llevarle el Rolex Super Costellation al Gran Jefe y se consideró que yo era el más adecuado para hacerlo. Fue en «La Ponderosa». Entró en los servicios y dos «seguratas» se quedaron en la entrada montando guardia para que no pasara nadie. Parecían centuriones de una película de romanos. Sólo les faltaba cruzar las lanzas para obstaculizar el paso. Uno de ellos tenía que preguntarme:

-¿Cómo se llega a Castellón?

Y yo debía contestar:

-En todo menos en avión.

Funcionó a la perfección. ¡Je, je, si hasta rimaba!... Entré, dejé el Rolex junto a uno de los grifos y pude escuchar el sonido de una meada procedente de uno de los excusados. Salí y recité el resto de la contraseña para indicar que todo había ido bien:

-Tu puta madre.

El que ideó la contraseña era un cachondo mental o me utilizó para decirle a los «seguratas» lo que pensaba de ellos, porque me insistió en que debía hablarles con firmeza y mirándoles a la cara, como si lo de «tu puta madre» fuera en serio. 

Se oyen voces otra vez. Se están acercando. Han vuelto a girar el pomo...

-¿El baño está aquí?

¡Idiota, tienes uno en la planta baja! No entran. ¿Pero qué están haciendo? No entiendo nada. No se oyen más voces, ni ruido de pasos; nada. No puedo más. ¡Dios mío, te juro que si me sacas de ésta me dedicaré a otra cosa aunque gane mucho menos y no tenga sobresueldos. No volveré a llevarle bolsos de «Louis Vuitton» a la foca con el sobre dentro. Bueno, en realidad, lo hacía Luisa; yo sólo iba de acompañante. Era como en las películas de espías. Se sentaba en la mesa en la que estaba desayunando, después de saludarse como si se conocieran de toda la vida, dejaba el bolso junto al de ella y cuando se despedían cogía el otro. ¡Dios!, si es que lo he visto en cien películas y sigue funcionando. 

¡¡La manija de la puerta!! ¡¡Están entrando!!

-¿Seguro que no vendrá tu marido?

¿Qué? ¿Quién es ese tipo? ¿De qué va ésto? 

-No hay peligro. Bastante tiene con lo que le ha caído encima. 

¡¡Es la voz de Elsa!! ¡No son los que me siguen! Pero... ¡Me la está pegando!

-Además, ha quedado con Luisa, una compañera con la que está liado -le ha contestado Elsa.

¿Qué? ¿Cómo se ha enterado?

-¿Y cómo lo aguantas?

¿Cómo, que cómo me aguanta? Porque vale la pena, mamón, aunque a veces tenga una aventurilla sin importancia...

-Así se desahoga y no se pone tonto. Además, el pobre aguanta mucha presión y una aventurilla de vez en cuando no hace ningún mal. Como la mía contigo, ahora.

-¿Eso soy yo para tí; una aventurilla? -dice el tío. ¿Pues qué querrá?

-Pero tú eres gilipollas o qué? 

¡Bien dicho, Elsa! ¡A ver que se ha pensado ese imbécil!

-Yo pensaba que..

-Pues no pienses tanto y vamos por faena, que todavía tengo que ir al Super y recoger al crío de la guardería.

¡Joder!, y encima me estoy meando. Debería salir, pero si lo hago serán ellos los que se meen, pero de risa. Si al menos ese cerdo tuviera un gatillazo...

jueves, 14 de febrero de 2013


Mi Primera Narración 
(a partir de un texto recomendado,  en azul) para el 
SEMINARIO DE ESCRITURA 2013 en SANT JOAN D'ALACANT
 organiza: LIBRERIA TEOREMA 
colabora: Concejalía de Cultura  
dirige: MANUEL AVILÉS, escritor

Nota: Si alguien dispone de tiempo, le apetece hacerlo y desea probar su capacidad narrativa con un relato de su invención, a partir del texto azul, puede hacerlo con total libertad y dándole el enfoque que considere más conveniente; sea éste humorístico, dramático, policíaco, real como la vida misma, etc. Los organizadores del Seminario no tienen ninguna vinculación con esta iniciativa de "El color del maldito cristal"; aunque les agrada todo cuanto sirva para fomentar la lectura y la capacidad para escribir mejor, que es el objetivo esencial del Seminario. La extensión debe ser de un máximo de dos folios, tamaño de letra, 12 y un interlineado de dos espacios. Suele ser lo habitual. Para mayor claridad añadiré que el espacio que ocupa en está página corresponde a un escrito de casi dos folios, dejando 25 en todos los márgenes de la hoja, superior, inferior, interior y exterior.


Está amaneciendo. El día es frío, helador, diría yo. El autobús se dirige lentamente, con un traqueteo soportable, a completar su línea. La línea 23. Viajamos en él tres personas además del conductor. Una señora mayor, con tres capas de ropa, dormita en un asiento inmediatamente detrás del chofer. Yo viajo en la mitad del vehículo y una chica joven va al final. Todos guardamos las distancias y reina el silencio. Me fijo en la chica joven. Debe de tener 20 años aunque quienes pasamos de los cincuenta calculamos muy mal la edad de los jóvenes. Es guapa, morena, parece alta y con un tipo importante, pero está sentada y no puedo afirmarlo sin riesgo de ser temerario. Un momento... De su asiento caen unas gotas al suelo del autobús. Son gotas de sangre.

Bueno... parece sangre. No distingo bien. Con los años he perdido visión y la luz de este condenado autobús no se puede decir que sea muy buena. Puede tratarse de algo que esté bebiendo, lo haya dejado en el asiento de al lado y en un movimiento brusco del bus se haya volcado, derramándose algo del contenido antes de que lo haya podido coger. O que al tirar de la solapa de cierre hayan saltado algunas gotas. Pero con ese color que parece sangre, ¿qué puede ser? Un zumo de tomate a estas horas no parece probable. Una Coca Cola tampoco, lo que hay en el suelo se nota más denso; las gotas se han quedado «clavadas», no corren... Quizás, un batido de cacao. A esta distancia no soy capaz de distinguir entre marrón oscuro y granate.

Voy a acercarme, como si quisiera ver algo del recorrido que estamos pasando y compruebo de qué color es. Si es sangre o lo parece, le pregunto cualquier tontería para que no se asuste y según como reaccione le digo si necesita ayuda. No se… Igual me manda a la porra o se pone a gritar. Los jóvenes de hoy no son como los de antes, cuando había un respeto para los mayores. Me está mirando. Parece como si quisiera pedirme ayuda.

¡Vaya, otra parada! Esperaré a ver quien sube. Este autobús es desesperante: entre las paradas que hace y los rodeos que da… Cuando no voy muy lejos me sale más a cuenta ir andando. Al menos no me consumo...

Tres nuevos pasajeros: un moro, un negro y un indio. ¡Je, je!, me ha salido la vena racista. Si estuviera hablando con alguien tendría que nombrarlos como los de la Radio o la Televisión: un magrebí, un subsahariano y un hispanoamericano…

En fin, no divaguemos y a ver si esa se ha desangrado. Dos de los que han subido, el moro y el indio, se han sentado atrás de la señora mayor y el negro, tres filas delante de la joven pero al otro lado, con lo cual sigo viéndola igual. ¡Caramba!, las gotas no están. Bueno, en realidad, sí: está el rastro. Se debe de haber dado cuenta y las ha pisado intentando borrarlas.

No se qué hacer. Su cara no parece indicar que le pase algo pero tampoco que esté normal. Me ha vuelto a mirar, pero al devolverle la mirada ha vuelto rápido la suya hacia la ventanilla. Se mueve como si estuviera inquieta. Los demás ni se fijan. Está cada uno pensando en sus cosas, aparte de que ya no se nota más que el restregón. Dejaré pasar un momento y vuelvo a mirar. Según lo que vea, actúo.

Han pasado treinta segundos. La veo incómoda. Decididamente, le voy a preguntar. Es posible que le haya pasado algo que la ha dejado en estado de shock y no sabe qué hacer.

¡Otra parada! Bueno, a ver si ahora sube alguien del país... ¡Hombre, un chino! El bus multirracial. Debe de ser eso que han bautizado como globalización. Con los que han entrado ya somos... Cuatro del país, un moro, un negro, tres sudacas y un chino. España, 4; Selección de la FIFA, 6.

Tengo que decidirme sino voy a llegar a la parada del taller. La próxima es Vistahermosa y allí subirá bastante gente. Menos mal que no es la hora de entrada o salida de los colegios: se llenaría el autobús. Al menos subirían veinte críos. O sea, veinte smartphones. Diez que ya lo llevarían en la mano y el resto que lo sacaría de la mochila en cuanto plantificara las posaderas en el asiento o se apoyara en algún sitio.

Decidido. Voy ya y con tacto, con sumo tacto, para que no se asuste, ni me arme la de Dios es Cristo, le pregunto:

-Perdone que la moleste, joven, pero me ha parecido advertir…

Demasiado rebuscado. Me va a mirar como si fuera un marciano. Mejor:

-Perdone, joven, ¿necesita ayuda?

No, tampoco. Demasiado escueto y directo. O, puede que no. Es posible que me mire, entre asustada y conmovida, porque un desconocido se interesa por ella. ¡Claro!, esa puede ser su reacción perfectamente. Incluso, confiada y procurando que nadie lo advierta, me muestra una pequeña herida en el brazo izquierdo. No, en la rodilla. En el muslo. No, no, no… Tiene una pequeña mancha de sangre en la blusa, encima de la…

¡Ostia, mi parada! Pero… ¡ha pasado de largo por Vistahermosa, el muy cabrón!…

-¡Espere, que bajo aquí!

¡El timbre! ¡Tengo que tocar el timbre!

Uf!... Menos mal que he tenido tiempo de bajar. Si entro tarde en el taller ese cerdo me lo descuenta del sueldo.

Mira que si era sangre lo de esa desgraciada… No tendrías que haberle dado tantas vueltas a la cabeza, imbécil; que siempre te pasa igual...

Si me dieran diez euros por cada pensamiento que a lo largo de mi vida no he convertido en acción... Montaba mi propio taller y... ¡Pero, bueno!, ¿eres tonto o qué? Me dedicaría a darme la gran vida y... ¡je, je!, seguro que todavía me quedaría para financiarle al Ayuntamiento un recorrido que llevara de la Plaza del Olivo a la Biblioteca sin necesidad de dar un rodeo de tres kilómetros.


Eugenio Guardiola Santafé, Sant Joan D'Alacant, Febrero 2013

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