sábado, 27 de diciembre de 2014

BALANCE


BALANCE DEL AÑO 2014

El 3 de Octubre de 2014 aparecía publicado “Regreso a El color del Maldito Cristal”, en el que explicaba que a pesar de los meses transcurridos desde la última publicación, el blog seguía vivo, gracias a la fidelidad de sus seguidores. Otros menesteres habían provocado un cierto alejamiento que, en todo momento, se tuvo la intención de que fuera breve.

Al acabar el año resulta muy reconfortante comprobar que el seguimiento se ha incrementado de forma muy notable y, contra todo pronóstico, ha interesado fuera del país. Debe tenerse en cuenta que el blog es principalmente de texto y las imágenes son escasas o incluso nulas, de ahí que no esperase que pudiera tener seguimiento en otros países, dada la poca fiabilidad de los traductores on-line. No obstante, parece lógico suponer que parte de esos seguidores pueden ser españoles en el extranjero.

Pongo, en porcentaje, la estadística de visitantes en los primeros lugares:  

·                    ESPAÑA   (52%)
·                    USA   (33%)
·                    RUSIA   (3%)
·                    ALEMANIA   (2,5%)
·                    FRANCIA   (2%)
·                    REINO UNIDO   (1,5%)
·                    ARGENTINA   (1.5%)
·                    MÉXICO   (1,4%)

Las entradas que han recibido más visitas han sido, por este orden: 
EL APEADERO DEL PASEO DE GRACIA , EL COMIENZO OFICIAL, ELS GREMLINS y EL CASO DE LA NOTICIA REPETIDA.

Trabajos basados la mayoría en recuerdos personales y tratados en forma documental o  literaria. “ELS GREMLINS”, original de JOSEP Mª BLANCH  MARQUÉS fue el que recibió mayor número de comentarios.
La referencia a El Apeadero es de su primera parte. Lo reciente de la publicación de la segunda parte hace imposible conocer todavía en qué posición quedará. 
De todas formas, al igual que ocurre con el blog, "Un Hollywood muy personal", entradas antiguas siguen encontrando lectores, hasta el punto que la entrada más seguida, de siempre, en éste blog, sigue siendo, "A PROPÓSITO DE PIZARRAS GIGANTES". Una narración muy personal que coloqué hace ya un par de años y que a pesar de ser tratada en forma desenfada, en tono irónico, todo sucedió tal como lo cuento.

viernes, 26 de diciembre de 2014

FINAL DE "EL APEADERO DEL PASEO DE GRACIA", con 3 Notas finales


SEGUNDA PARTE

SUPER HERMANA EN EL INSTITUTO BALMES

D
urante las primeras semanas en el Instituto Balmes mi madre temía que pudiera perderme y me acompañaba. A la salida, ella misma o mi hermana, tres años y medio mayor, me iba a buscar. Un día, pasados ya tres o cuatro meses, ocurrió algo que reflejaba con cierta exactitud algunos aspectos de mi manera de ser, así como la apreciación de ellos por parte de otras personas. Una actitud que en el futuro me traería más disgustos que satisfacciones.

Hacía Ingreso y Primero de Bachillerato como oyente porque no tenía la edad requerida para ser inscrito como alumno oficial y en el Colegio San Miguel, en el que había cursado toda la Enseñanza Primaria, no estaba permitido hacer simultáneamente los dos cursos. Mi padre porfió para que hicieran una excepción conmigo, agarrándose a mi historial, pero la dirección del Colegio no cedió, creo que con buen criterio porque no había ninguna necesidad de forzar las cosas, sobre todo teniendo en cuenta que ya iba un curso adelantado. Una segunda causa para el cambio, que quizá fuera la fundamental, aunque mis padres jamás la reconocieron, fue la notable caída de la economía familiar, que obligó a sacar a mi hermana del Colegio de la Presentación (1), a mi hermano del propio San Miguel y, por último, a mí, con una notable reducción de gastos diversos. Una tercera -que cualquiera que sea el plazo que se ponga, corto, medio o largo-, resultaría ser la fundamental para que el cambio fuera traumático; fue excluida sin contemplaciones del viaje imaginario porque mi mente no estaba por la labor de amargarme el trayecto. Buena chica...

El recuerdo de la parte no censurada se fue haciendo tan vivo que el viaje imaginario desplazó totalmente al real, de tal forma que hubo intervalos en los que ni me di cuenta de por dónde iba el tren. Mis ojos no se desentendieron del paisaje, que entraba por los ojos y me resultaba placentero en ocasiones, pero no interfería en mis pensamientos, salvo cuando se atravesaba una zona de bosque calcinado por un incendio o zonas particularmente degradadas.

Pasar del San Miguel al Balmes fue demoledor. Durante los primeros meses y hasta que asumí que la situación era irreversible, supuso un verdadero calvario. Fue como pasar de ser una de las estrellas de una superproducción de Hollywood a convertirme en uno de los extras –con derecho a frase, eso sí- de una coproducción hispano-italiana de serie B hecha en Esplugas City. Y sin previo aviso, ni lavado de cerebro paterno para prevenir males mayores…
Durante el viaje imaginario la memoria -caritativa-, y mi lado consciente de la mente, -selectivo-, me hicieron dejar de lado el motivo principal de que el cambio fuera tan duro. En otro viaje, quizá volviera a parecer y no fuese descartado…
En la actualidad su aspecto exterior es parecido, pero no su entorno.
Una parada imprevista provocada por uno de los auxiliares de viaje, que pasó repartiendo auriculares para los viajeros que habían subido en la última estación, me hizo detenerme y al partir de nuevo me desvié un  momento por un vía secundaria:
En el transcurso de una clase, el profesor, el Sr. Martín Panadero, recibió un aviso del bedel conforme a que tenía una llamada telefónica de su esposa.
Su esposa le iba a buscar cada día al término de sus clases. Formaban una pareja de ancianos verdaderamente encantadora y, cuando los horarios de salida de él y mío coincidían, les seguía con la mirada mientras se alejaban, si todavía esperaba a que me vinieran a buscar.
El caso es que abandonó el aula durante unos minutos, aprovechado por los alumnos para una de las habituales batallas de bolas de papel, trozos de pan o cualquier objeto que se pudiera utilizar como arma arrojadiza. Al regresar, uno de los proyectiles impactó sobre él. No era época propicia para restar importancia a algo así, de forma que el profesor buscó al culpable. Yo sabía quién era porque lo había visto, pero el Sr. Martín se equivocó al señalar al presunto culpable. El acusado intentó defenderse pero el profesor le agarró por el brazo para llevarlo a Dirección. Nadie abrió la boca, a pesar de que otros sabían quién era el responsable. Viendo que era inevitable que se llevara a un inocente, fui incapaz de callar y consentir semejante injusticia. Me metí donde no me llamaban:
-No ha sido él –exclamé-, dejando al profesor de una pieza. Pero como tenía buena opinión del alumno que había cogido vela en el entierro, me concedió crédito. A pesar de ser el más pequeño de los cuarenta y tantos de la clase y parecer un pigmeo al lado de los más altos -algunos me llevaban dos o tres años,- era de los pocos que se mantenía al día en todas las asignaturas. Por otra parte, el San Miguel y el entorno familiar habían dejado su sello en  mis conocimientos y en mi manera de comportarme.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque yo estaba a su lado y no ha tirado nada. Ni a usted ni a nadie.
El Sr. Martín Panadero era un hombre muy mayor al que le faltaba poco para jubilarse. Me había tomado cierto afecto. Lo notaba por la forma en que me trataba cuando me sacaba al encerado, comparado con la mayoría de los alumnos. Tener buena opinión de mí, unido a la experiencia que dan los años y el trato con miles de alumnos, hizo que viera claro que su sospechoso era inocente, así que le soltó.
-¿Has visto quien ha sido?
No vacilé: un superior había hecho una pregunta y mi deber era contestarla. Asentí, supongo que confiando en que eso fuera suficiente. En otra ocasión anterior, muy  similar, en el San Miguel, lo había sido. 
-Bien… ¿Quién ha sido?
No me quedó más remedio que decirlo y, sin vacilar, señalé al culpable. Es bastante probable que un narrador hubiera podido decir aquello de que “el ambiente se podía cortar con un cuchillo”, aunque en aquél momento no fui consciente de ello..
Afortunadamente, el Sr. Martín se lo pensó mejor y decidió suavizar su amenaza, limitándose a hacerle una seria advertencia al culpable acerca de lo que podía suceder si se repetía el incidente. Aclaró, dirigiéndose a todos, que si el castigo no era más severo se debía a que alguien había sido capaz de salir en defensa de un inocente. Mirando a todo el mundo de forma inquisidora, añadió algo parecido a lo siguiente:

“He estado a punto de castigar a un inocente, mientras los demás os metíais la lengua en el culo y el verdadero culpable se iba de rositas. Espero que no vuelva a ocurrir algo parecido y que el ejemplo de vuestro compañero os sirva de lección.”

Recordaba la frase casi exacta porque jamás le había escuchado a ningún profesor –y creo que a nadie- lo de la lengua en el culo, aunque sí me era familiar lo de irse de rositas, pero a escala familiar (2).

El tren había salido ya de la estación de Tarragona y atravesaba el Ebro. El viaje imaginario hizo una breve parada para que la vista disfrutase del espectáculo durante unos segundos, como lo había hecho, después de salir de Castelldefels, cuando pasó las Costas del Garraf, uno de los pocos momentos del trayecto en los que el tren se ceñía a la costa.

Mientras esperaba que me vinieran a buscar, arrimado a la entrada, situada en el chaflán de Vía Layetana-Consejo de Ciento, notaba las miradas que me dirigían los componentes del grupito de compañeros que discutía a unos metros de mí. Entre ellos se encontraba el culpable, pero no el falso-culpable. Eran algo más que “inquietantes”; eran amenazadoras y lo que se debía discutir entre ellos estribaba en la magnitud del escarmiento: simple amenaza, unos guantazos o esperar la llegada de quien debía recogerme. Fue mi hermana la que vino. Rápidamente pusieron al corriente de lo que podía pasarme si volvía a hacer algo semejante. Ella comprendió lo que había sucedido y no se achicó.

-Así que estabais dispuestos a permitir que otro compañero pagara el pato, sin hacer nada para evitarlo. ¿Es eso lo correcto, que el culpable, que además es un cobarde, se libre y sea otro quien cargue con la culpa?
Uno del grupito, que hasta entonces no había abierto la boca, intervino:
-Eso de cobarde… Si no fueras una chica te lo hacía tragar.
Mi hermana no tuvo necesidad de que nadie le dijera quién era el que había intervenido.
-O sea que has sido tú. Te has callado mientras permitías que castigaran a un compañero por algo que habías hecho tú.
Había dado en el clavo y el chico se encogió al observar las miradas de sus compañeros. Crecida, se tiró a fondo:
-Encima, estás aquí intentando desviar la atención hacia mi hermano para que nadie repare en que has sido tú, con tu cobardía, el responsable de algo que tendría que haber salido de ti, si tuvieras valor: confesar la verdad, saliendo en defensa de un compañero que iba a ser castigado injustamente.
Como la estocada había sido certera y estaba ganándose a la mayoría de los componentes del grupito, fue a por la otra oreja:
-Y vosotros, ¿qué?: ¿discutiendo si os conformabais con amenazarlo o le pegabais? ¡Pues, menos mal que alguien ha tenido el buen sentido de esperar a que llegara yo y os hiciera ver claro que este cretino intentaba lavaros el cerebro!
Tiré del brazo de mi hermana para que frenara y se contentara con lo que había conseguido, pero ella se sabía ganadora y no estaba dispuesta a aflojar: quería el rabo también...
-¡Venga, a casa! ¡Y que no me entere yo que intentáis algo contra mi hermano! Especialmente, tú -miró al verdadero culpable- que has intentado manipular a los demás para cargar las culpas sobre otro y que no vieran que te has comportado de una manera indigna.
 Me cogió del brazo y dirigiéndose a mí, pero pensando en los otros, añadió:
-Estoy muy orgullosa de ti, de que no hayas permitido que culparan a un inocente aún a riesgo de que no te comprendieran.
Nos alejamos un par de pasos y entonces me hizo parar, se volvió hacia ellos y les dio la puntilla, aunque con suma habilidad para templar los ánimos:
-De todas formas –dijo, dirigiéndose al que había llevado la voz cantante en la explicación-, os agradezco que me hayáis esperado y dado la oportunidad de aclarar lo sucedido. Comprendo que, aunque equivocados, vuestra intención ha sido buena. Espero que ahora sepáis poner en su sitio al verdadero culpable.
Nos alejamos definitivamente. Mi hermana, en el camino a casa, me hizo ciertas consideraciones. Fue un lavado de cerebro-exprés, rápido y eficaz, y a partir de entonces fui con pies de plomo a la hora de abrir la boca en determinadas ocasiones. No obstante, quieras que no, la cabra tira al  monte…
- No lo digo por este caso: lo que has hecho ha estado bien, aunque te podría haber salido muy caro. Era una inmoralidad que pagara el pato un inocente. Pero no siempre es aconsejable meterse donde no te llaman, ni es obligatorio contestar a lo que te preguntan personas mayores. Eso te lo tienes que meter en la cabeza: una cosa es ser obediente y otra… y otra… -no encontraba la palabra adecuada y le sabía mal decir, "ser imbécil”, así que continuó-: No digo que mientas, pero si hablando pones a alguien en un compromiso, debes calibrar antes las consecuencias. En casa nos has hecho quedar mal en más de una ocasión.
Yo la miraba entre abrumado y confuso.
- ¿Comprendes lo que te digo? –insistió, consciente de que era un poco cabezón y algunas cosas había que repetírmelas siete veces para que me entraran.
No dije nada pero asentí. Aunque no terminaba de entender todo cuanto me había dicho sí veía claro que tenía más razón que un santo. Reflexionando sobre lo sucedido –en mi Muro de las Lamentaciones, el Apeadero-, creo que es posible que para quienes recibieron aquél día el rapapolvo y fueron testigos de la firmeza con la que habló, su actitud fuera una muestra de que, en la España de costumbres vueltas por Decreto al Pasado, había mujeres que no estaban dispuestas a callar ni acobardarse ante nadie (3).
Como a mi hermana se le había quedado algo en el tintero, todavía insistió, cuando ya estábamos cerca de casa:
-¿Se te han olvidado los sofocones que nos hemos llevado todos, especialmente mamá, por no callarte a tiempo?

REFLEXIONES EN EL APEADERO
Días después de aquello, recuperada la tranquilidad y sentado en uno de los bancos del Apeadero, seguí dándole vueltas a lo sucedido y a las consideraciones de mi hermana, en el camino a casa. Seguía sin comprender la pasividad de toda la clase viendo a un compañero ser acusado de algo que no había hecho. La actitud del culpable me resultaba repugnante y, a posteriori, tratando de desviar la responsabilidad sobre mí de una bajeza sin justificación posible. Era evidente que se trataba de una mala persona, cobarde, rastrera y sin escrúpulos.
El vestíbulo cuando ya no estaba en servicio y próximo a su derribo.
Desde el punto de vista práctico, el que me afectaba directamente, llegué a la conclusión de que las aguas habían vuelto a su cauce en la clase y no debía temer represalias. Ningún compañero me hacía mala cara y ni siquiera hubo comentarios posteriores, aunque parecía evidente que el culpable había sido advertido, a tenor de lo amansado que se le veía, comparado con su comportamiento habitual. No volví a tener trato con él -a pesar que hizo algún intento de aproximación- porque a alguien que se comportaba así lo borraba ipso-facto, como si dejara de existir.
Lo que me pilló de sorpresa fue que el compañero acusado injustamente, me presentara a su padre y que el hombre, emocionado, me estrechara la mano derecha entre las suyas y me diera las gracias, ofreciéndose para lo que pudiera necesitar. Me sentí violento, pero íntimamente satisfecho y me faltó tiempo para contárselo a mi hermana. Ella era la única que lo supo porque a mis padres no les contamos nada.
Los cursos se fueron complicando paulatinamente; los profesores eran menos condescendientes con los errores, más exigentes con el cumplimiento del programa íntegro del curso y el tiempo para distraerse fuera de clase, muy escaso, de forma que mis descansos en el Apeadero se fueron haciendo menos frecuentes, hasta desaparecer. Cuando se produjo el derribo del edificio ya habían pasado dos años desde que terminé el Bachillerato y no pasaba de forma habitual por delante, pero lo lamenté profundamente.

FIN DE TRAYECTO
Nunca se me ocurrió pensar si el edificio era una maravilla, vulgar, incongruente o un bodrio. Estaba allí, formaba parte del paisaje, era un lugar de acogida y distracción para mí y, cuando desapareció, no fui consciente de lo que había representado en determinados momentos. Lo fue después, muchos años después, pasadas innumerables estaciones de mi viaje personal. Avivados los recuerdos por lo que veía y leía en páginas web dedicadas a Barcelona. Una en especial, “Amics de Barcelofilia”, fue la causante de que algunos de los viajes imaginarios se fueran convirtiendo en páginas escritas sobre el papel o en una pantalla.
El último recorrido del viaje real, con el tren atravesando un paisaje menos atrayente y salpicado de túneles, favorecía la aparición de nuevos trayectos imaginarios, pero los descarté. Era el  momento de pensar en el inmediato futuro.
En aquél viaje, la parte consciente de la mente programó todos los recorridos con un tema único. En futuros viajes, mi selectiva memoria y mi caritativa mente consciente, sabrían qué recuerdos debía rescatar y cuales ignorar, como en cierta medida había ocurrido en el recién terminado; en el que quizás, pero sólo, quizás, la imaginación había puesto su granito de arena para que el equipaje de recuerdos llegara en perfectas condiciones.
¿Quién puede asegurar, cuando narra algo que sucedió hace muchos años, que los hechos fueron exactamente como se cuentan, pasaron en donde se dice y en la fecha que se supone?
Bien; es imposible asegurar la exactitud, las licencias, sino poéticas, sí literarias, tienen patente de corso, pero, al menos, si se puede garantizar la verosimilitud.

NOTAS:
(1). El Colegio de la Presentación estaba situado en la calle Rosellón, lado mar, entre Paseo de Gracia y Vía Layetana, mientras que el San Miguel ocupaba gran parte de la manzana comprendida entre Aribau y Muntaner y entre Rosellón y Córcega.
El colegio de la Presentación no existe, pero el edificio se conserva.
(2). Cuatro cursos después escuché a otro profesor –Guillermo Diaz-Plaja, ilustre catedrático y escritor-, en donde se puede meter uno la lengua en ciertos casos, pero con la diferencia de que en esa ocasión yo estaba entre los 86 damnificados. Pero ese recuerdo formaría parte de otro viaje porque por sí sólo merecía un trayecto independiente.
(3). De los tres hermanos, Rosario era, con mucho, la más decidida y de ideas más claras y en muchos aspectos parecía la mayor. Juan, nació nada menos que el 18 de Julio de 1936, a escasa distancia de los sangrientos enfrentamientos de la Plaza de Cataluña. Rosario, el 28 de Octubre de 1938, a tres meses escasos de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona.


miércoles, 24 de diciembre de 2014

PRÓXIMAMENTE

EL DÍA 26 (o el 27) publicaré 
LA SEGUNDA (y última) ENTREGA DE 
"EL APEADERO DEL PASEO DE GRACIA"

Está centrado en un episodio en particular que me vino a la memoria en el transcurso del Viaje Imaginario de mi mente, simultáneo al Viaje Real.

Estos son los lugares en los que se desarrollan los acontecimientos:

La foto del Apeadero es de una época parecida a la que explico, mientras que las del Institut Jaume Balmes y el Col.legi Sant Miquel son muy posteriores, aunque las fachadas de los edificios se conservan prácticamente igual.




domingo, 21 de diciembre de 2014

EL APEADERO DEL PASEO DE GRACIA

El Apeadero  a principios del año 1910

Primera Parte
Había paseado por el enorme vestíbulo de la estación de Sants, mirado los escaparates de las tiendas, curioseado por el interior de algunas y tomado un cacaolat. Formas de matar el tiempo para paliar el inconveniente de haber llegado demasiado pronto a la estación. Me senté a leer un periódico, cuya lectura abandoné a los pocos minutos; así que dejé que la vista correteara de un lado a otro. Ya leería cuando estuviera acomodado en mi asiento y faltara poco para que el tren emprendiera la marcha. Lectura de duración efímera, porque era de prever que en cuanto la locomotora saliese al exterior y enfilara campo abierto, el paisaje se convertiría en lo principal y sería una cuestión de segundos que algo atrajera la atención de la parte inconsciente de mi mente y ésta emprendiera su propio viaje. Un viaje de recorrido imposible de anticipar, aunque no de  adivinar, porque era bastante probable que estuviera centrado en aspectos de mi vida anterior, con preferencia a las circunstancias del viaje o al más inmediato futuro.
En el transcurso de ambos viajes, el imaginario tendría paradas en estaciones intermedias, aparecidas de repente y de forma aleatoria, para que subieran nuevos recuerdos, que complementarían el principal -o me apartarían de él- y que, al igual que si se tratase de un transbordo, me pondrían en una nueva ruta. En cualquier caso, entre unas cosas y otras, el viaje real  se "acortaría” de tal forma que las casi cinco horas previstas parecerían dos o tres. No sería, por otra parte, nada que no fuera común a muchas de las personas que viajaban. Cuando me levantaba para ir al vagón-cafetería o al aseo y avanzaba por el pasillo, comprobaba que era así. Leían, hablaban por el teléfono móvil o con algún acompañante, estaban enfrascadas en el ordenador portátil o veían la televisión y, aunque era menos frecuente, las había que permanecían con los ojos cerrados, quizá durmiendo o quién sabe si soñando despiertas. Unas pocas, como yo, contemplaban el paisaje aunque con la mente saltando de recuerdo en recuerdo, embarcadas en su propio doble viaje.
Fue entonces, mientras esperaba bajar al andén, cuando mis ojos captaron la imagen de un limpiabotas. La parte inconsciente lo asoció con los “limpias” del Apeadero del Paseo de Gracia, un recuerdo almacenado en mi memoria y que la parte consciente tomó a su cargo.
Allí empezó la primera de las etapas de un viaje imaginario que terminaría cuando por los altavoces del Euromed se anunciara la próxima llegada del tren a su destino.

EL APEADERO DEL PASEO DE GRACIA 
Ver un limpiabotas no era un hecho insólito pero sí convertido en infrecuente por el paso del tiempo y los cambios en la Sociedad, que había desterrado antiguos oficios o los habían convertido, al menos, en vestigios del pasado. El hombre, ya mayor, estaba sentado en una banqueta baja, casi sin patas, con las piernas estiradas, limpiando los zapatos de otro de mediana edad, sentado en uno de los bancos de la estación. De pequeño, recordaba haberlos visto innumerables veces. Escogían para su trabajo lugares muy concurridos, como cafeterías, plazas de toros en día de corrida, campos de fútbol en día de partido o estaciones de tren, como el Apeadero. 
El edificio principal del Apeadero se encontraba en el recorrido entre mi casa y el Instituto Jaime Balmes, en el que cursé el bachillerato, entre 1951 y 1957, más o menos. Con su construcción se pretendió dotar a la ciudad de una estación céntrica y de aspecto monumental, apropiado para recibir a grandes personalidades. Obra del arquitecto Salvador Soteras y el ingeniero Rafael Coderch, formó parte de un amplio plan de desarrollo de las infraestructuras ferroviarias de Barcelona, diseñado por el ingeniero Maristany y al que dio el visto bueno otro ingeniero, José de Echegaray, político, escritor y miembro de diversos gabinetes ministeriales entre 1869 y 1873. Echegaray, por cierto, no pasó a la posteridad por sus actividades políticas o por su profesión sino como ganador del premio Nobel de Literatura en 1904. 
Fue inaugurado en Septiembre de 1902. Estaba situado en la calle Aragón, entre el Paseo de Gracia y la Via Layetana. El edificio, de dificil catalogación, no estuvo exento de polémica. Un historiador, Isidoro Torres, lo calificó de chalet suizo, y el escritor Josep Pla, de Partenón de la arquitectura mingitoria. Los trenes, que todavía no eran eléctricos, circulaban al aire libre por la larga y profunda zanja abierta a lo largo de la Calle Aragón, entre las calzadas laterales, reservadas a peatones y vehículos. Las fachadas de los edificios que la flanqueaban estaban ennegrecidas por el humo desprendido por las locomotoras. La zanja se cubrió a finales de la década de los 50s; lo cual llevó aparejada la demolición del edificio del apeadero. En esa época yo había terminado Preuniversitario y hacía ya tiempo que el Apeadero no estaba entre mis recorridos habituales.

La zanja entre Rambla de Cataluña y Paseo de Gracia. 
El edificio más bajo, del arquitecto Lluis Doménech i Montaner
fue la Editorial Montaner y Simón. Ahora  es el Museo Tapies. 
En la segunda foto la locomotora se ha introducido en el túnel. 
Después de una nevada los coches habían ensuciado la nieve.

RECUERDOS DE UNA TERTULIA 
El tren ya había iniciado su trayecto y yo, mi viaje real. El imaginario se reanudó en cuanto el tren pasó por las instalaciones del Club Tennis L'Hospitalet, en el que tantísimas horas había pasado y en las que todavía me quedaban algunas por pasar. Los recuerdos, recuperados a través del limpiabotas de la Estación de Sants, fueron fluyendo y aunque surgieron diversas oportunidades de apartarme de ellos, la parte consciente de mi mente no lo permitió.
Un sábado por la tarde, mi padre me llevó a la tertulia que tenía con unos amigos en el Café Navarra, situado en la esquina de Paseo de Gracia con la calle Caspe. El Navarra estaba flanqueado por el edificio de Radio Barcelona y, si no recuerdo mal, la bombonería de Pedro Basauri, “Pedrucho”, un torero retirado, buen amigo de mi padre. Al otro lado de Caspe, estaba una de las tiendas de Gonzalo Comella, en el chaflán y al lado, ya en Caspe, el Cine Novedades.
Al salir, camino de casa, y pasar junto al Novedades, mi padre me volvió a contar como él, mi madre y mi hermano, de apenas dos años, se habían salvado por cuestión de segundos de morir en el bombardeo del entonces Teatro. Fue por puro azar: estaban en el vestíbulo y en un descuido mi hermano se escabulló. Tuvieron que salir corriendo detrás de él y, cuando estaban en la calle, sonó la alarma aérea. En principio pensaron en volver a entrar, pero mi madre prefirió volver a casa porque no se fiaba de la precisión de los avisos -por experiencias anteriores sabía que no eran muy fiables-, y pensó que les daría tiempo de llegar. Sin embargo no les quedó más remedio que refugiarse en el metro de Plaza de Cataluña porque ya se oían explosiones cercanas al lugar en el que estaban. Al terminar el bombardeo, salieron y lograron llegar sin problemas a su casa, entonces en la calle Peu de la Creu, cerca de Hierros Mateu. No sería la única vez que salvarían la vida por puro azar. Días más tarde mi padre escaparía de una muerte segura del bombardeo que destruyó varios edificios de la confluencia Balmes-GranVía y, unos meses antes, mi madre, en un brutal registro en el edificio en donde vivían, por parte de unos jovenzuelos armados hasta los dientes que se introdujeron en el piso, registrando las habitaciones a la búsqueda de un pobre hombre.
Eran historias que nunca me cansé de escuchar. Hecho reales, vividos por ellos, envueltos en una guerra atroz, en la que trataban de vivir, como tantas otras personas, dentro de la normalidad posible, pero con la vida pendiendo de un hilo. Historias, algunas de las cuales parecían sacadas de una novela o de una película y que, años más tarde, leídas miles de novelas y vistas cientos de películas, tendría ocasión de comprobar que superaban con mucho a cualquier obra de ficción.
Paseo arriba, pasamos por delante del Apeadero. Aproveché entonces la ocasión para reivindicarme de algo sucedido hacía tan sólo unos minutos: 
El Sr. Borrego, un conocido suyo, funcionario de Correos y habitual en la tertulia, me había dejado en mal lugar al preguntarme cuál era la extensión del Océano Pacífico. No lo sabía y, al admitir mi ignorancia, el tertuliano se hizo cruces de que un estudiante de Bachillerato ignorara semejante dato, mirando en derredor al tiempo que lo decía, como buscando la aprobación de los demás, mientras mi padre se quedaba algo avergonzado. Me defendí de la acusación de ignorante, atacando:
“Esa es una pregunta para un concursante de la Radio, no para un estudiante de Bachillerato”.
Se me quedó en el tintero decirle que la profesora de Geografía e Historia, Isabel Ibañez -en 1º, 2º, 3º y 4º, ni el catedrático José Luis Asián Peña, en 5º y 6º, dieron la más mínima importancia a tal tipo de datos. Afortunadamente, al resto de los tertulianos –y a mi padre, aliviado por las risas de ellos- les hizo gracia la respuesta y el “incidente” se saldó con un cruce de miradas de odio entre el Sr.Borrego y yo, en el que nos electrocutamos mutuamente.

– Aquí, en Junio de 1909 -dije, tratando de hacer ver a mi padre que “lo del Océano Pacífico” era un simple lapsus- recibieron los aficionados al equipo de futbol del Barcelona, cuando regresó de Madrid con la Copa de Campeón de España.
– ¿Cómo lo sabes? –mi padre se quedó perplejo, no porque lo supiera, que veía lógico porque yo era barcelonista, pero sí por la precisión del dato.
– Me lo contó el Sr. Emilio, uno de los días que me llevó al futbol.
– ¡Ah!, claro… Su padre era socio y él también. A Emilio le gusta el futbol casi tanto como los toros.
Mi padre era un gran aficionado a los toros pero no sentía el más mínimo interés por el futbol. Entre las fotos antiguas de la familia, que guardaba mi madre en una caja de galletas, aparecía en varias de ellas con diversos toreros, con alguno de los cuales mantenía diferentes grados de amistad, como “Pedrucho”, Juan Belmonte (hijo), Chicuelo II, Jumillano y Joaquín Bernadó, uno de los escasos toreros catalanes de la historia de la Tauromaquia. Recordé, sobre todo, una foto de mi hermano con la montera de Juan Belmonte puesta en la cabeza. La hizo uno de los fotógrafos que cubrían la noticia en el Patio de Caballos de la Plaza de Toros Monumental de Barcelona, entre las sonrisas del amplio grupo de personas que rodeaba al diestro. Los toreros de mayor prestigio, cuando tenían corrida en Barcelona y llegaban en tren, bajaban en el Apeadero, muy cercano a diversos hoteles de lujo, como el Majestic, que estaba en el mismo Paseo, esquina con Valencia, a menos de cien metros.
Mi padre no estaba seguro de las fechas, pero le pareció recordar que los Reyes, Alfonso XIII y María Cristina, bajaron allí en alguna ocasión. También me contó que en marzo de 1930 –de esa fecha estaba seguro porque cumplió 30 años ese mismo mes-, un gentío acudió a recibir a un grupo de intelectuales procedentes de Madrid, que acudía como muestra de solidaridad con sus colegas de Lengua Catalana. Entre ellos se encontraban Ramón Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Rafael Pérez de Ayala, Claudio Sánchez Albornoz, Pedro Salinas y José Ortega y Gasset. Eran los tiempos de la “Dictablanda”, preámbulo de la caída de la Monarquía. También mencionó el recibimiento a las estrellas de Hollywood, Mary Pickford y Douglas Fairbanks, en 1924, que colapsó el tráfico de toda la zona, motivado por la enorme multitud que se congregó para verles y agravado por el hecho de que todavía convivían coches de caballos con los de motor y los tranvías.

Uno de los diversos recibimientos multitudinarios
A ciertas horas era normal que trabajaran varios limpiabotas. Los clientes se apoyaban en la fachada del edificio, tanto la que daba a la acera lado mar de la calle Aragón, enfrente del bar-restaurante Terminus, como a la del lado montaña y la frontal. En ocasiones, le limpiaban el calzado a alguna mujer, aunque no era lo más frecuente. En una ocasión utilicé los mingitorios del Apeadero, ya que la cola en los penosos servicios del Instituto Balmes era kilométrica, pero lo que vi me hizo no reincidir, prefería utilizar los servicios que había en Paseo de Gracia-Calle Valencia, enfrente del Hotel Majestic, o aguantarme hasta casa.
Pasé innumerables veces por delante, antes de que lo derribaran en aras del progreso urbanístico. En bastantes ocasiones estuve en su interior, no porqué tuviera que coger ningún tren, sino porque me gustaba sentarme en algunos de los bancos para curiosear. Me divertían las idas y venidas de las personas por el vestíbulo, tan distintas unas de otras; las esperas, las colas en las ventanillas o los rifirrafes entre los mozos encargados de llevar las maletas, disputándose los clientes. El tipo de maletas y bultos indicaban con claridad si los pasajeros viajaban en primera, segunda o tercera clase. Algunas despedidas me resultaban incomprensibles, fuera por su desmesura emotiva o el despego evidente de viajero o acompañante. El caso más curioso fue el de una desconsolada mujer que despedía a su marido con lágrimas en los ojos, bajó con él al andén y, ya de regreso al vestíbulo, se paró justo delante mío para pintarse los labios y arreglarse el peinado. Me dejó perplejo por la inmensa expresión de felicidad que reflejaba su rostro, en las antípodas de la que exhibía hacía tan sólo unos instantes. 
En los momentos de tranquilidad, sin llegada de trenes -con la consiguiente aglomeración de pasajeros subiendo al vestíbulo desde el andén- era un buen lugar para leer; bien fuera un tebeo o un cuadernillo biográfico de alguno de mis ídolos, cineastas o deportistas, como Ladislao Kubala, el jugador del Barcelona, que fue la causa principal de que me hiciera barcelonista. En el Apeadero, en esa época, ya no se producían recibimientos multitudinarios al equipo, como el de 1909. Signo de los tiempos: ya no viajaban en tren sino en avión.
El Sr.Borrego, el empleado de Correos conocido de mi padre se reincorporó al viaje:
¿Por qué aquél “mala sombra” había intentado dejarme en mal lugar? En la búsqueda de los motivos, fui atando cabos, recordando frases sueltas oídas -fuera anterior o posteriormente- en otras tertulias, miradas o gestos, para, con todos los datos a mi alcance, más lo que imaginaba que podía haber pasado cuando no estaba presente, hacer un análisis fiable. Mi padre era el mejor propagandista de mis méritos como estudiante pero sin abusar: no sacaba el tema a la menor ocasión que se presentara. A veces, lo hacía estando presente, lo cual me hacía sentirse incómodo o incluso avergonzado. Ahora, pasados los años, me alegro de haber sido capaz de darle esa satisfacción y si algo lamento es haber aflojado en mi rendimiento como estudiante, aunque hubiera motivos para que se produjera.
Por las miradas y los gestos del Sr.Borrego –al analizar las causas de la animadversión- resultaba evidente que le molestaban. Quizá, con razón, porque la pesadez de algunos padres ensalzando las virtudes de sus hijos, tanto las reales como las que son fruto de la imaginación, podía resultar cargante. Aunque mi padre no fuera de ese tipo, podía resultar molesto para una persona que tuviera hijos poco estudiosos, no los tuviera a pesar de haberlos deseado o que de joven no hubiese tenido a su alcance la opción de estudiar. Cualquiera de estas circunstancias podía provocar un cierto resentimiento, aunque siempre pensé que era un caso claro de envidia y mala fe.
Finales de los 50s: principio y del Apeadero y de la zanja.
 Foto: Francesc Ribera. Fondo: servicio RENFE.

Fin de la primera entrega, que continuará así:

"Un nuevo recuerdo se incorporó al viaje, sin cambiar el recorrido, dado que formaba parte del mismo trayecto: el que se centraba en el descubrimiento de algunas facetas de mi carácter y la confirmación de otras. Fue un hecho decisivo para eliminar ciertas dudas y asumir que, para bien o para mal, en lo esencial, el paso del tiempo no iba cambiar mi manera de ser."

En la segunda entrega, se explica como el Apeadero, en determinados momentos se convirtió en mi particular muro de las Lamentaciones. 
En ella, mi hermana, tres años y medio mayor que yo, aparecerá como mi Ángel de la Guardia.
  


  

lunes, 15 de diciembre de 2014

EL BAIXADOR DEL PASSEIG DE GRÀCIA

Como se hacía antiguamente en los cines
"Próximamente en esta pantalla” 
o, “En breve en este salón”

EL APEADERO DEL PASEO DE GRÀCIA
(entre 1951 y 1953)

E
s una narración basada en hechos reales, de forma que cualquier parecido con hechos ocurridos o personas citadas no será coincidencia. Todo fue o existió, lo único que pasa es que la memoria del autor es lo que es; con lo cual puede producirse alguna imprecisión en cuanto a fechas y situación de los recuerdos. Por otra parte, me he permitido el uso de ciertas licencias, no sé si poéticas  o de otra índole que, en cualquier caso, son peccata minuta con respecto al conjunto del texto.

La narración irá acompañada de diversas imágenes sobre el lugar de los hechos y sus alrededores, que se pueden circunscribir a un círculo imaginario, con centro en la intersección de las calles Balmes y Mallorca y con el radio que permita incluir la casa en la que nací, Aribau 133, 4º, 1ª y el entonces Instituto Jaime Balmes, en el que cursé Bachillerato.

El edificio del Apeadero al que hago referencia es el que estaba situado en la calle Aragón, entre el paseo y la –también entonces- Vía layetana. Había otro similar entre Vía Layetana y Lauria. A finales de los 50s se soterraron las vías del tren y se demolieron ambos edificios

Para quienes sigan este blog desde otros países, aclaro que el “entonces” hace referencia al hecho de que en la época en que se desarrolla la narración -con la Dictadura de Francisco Franco asentada y con el beneplácito de los países democráticos- el uso del Idioma Catalán estaba terminantemente prohibido, de forma que el Castellano, era el único idioma oficial.


Segunda mitad de los 50s: El Apeadero se aproximaba a su final.

jueves, 11 de diciembre de 2014

EL CASO DE LA NOTICIA REPETIDA

UN ERROR INCOMPRENSIBLE

Es algo que puede pasar y, de hecho, habrá pasado muchas veces, de forma que no hay que extrañarse cuando ocurre, ni darle excesiva importancia. Es decir, no hay porqué cebarse en la crítica.

Sin embargo, hay veces...

... que una noticia, artículo o foto se repita en un periódico, en páginas consecutivas, enfrentadas y casi en la misma posición; de forma tal que quedan prácticamente juntas, a izquierda y derecha del eje central, pues ya es harina de otro costal.

Como en bastantes ocasiones es cierto aquello de que una imagen vale más que mil palabras, ahí va la foto con las dos páginas consecutivas de la edición impresa del Diario Información de Alicante, del día 29 de Noviembre de 2014.

Estas son las páginas 24 y 25 de la edición del sábado 29 de Noviembre de 2014,
con la noticia del fallecimiento del poeta Vicente Valls.

Debo hacer constar que Información es un periódico de un nivel de calidad y de rigor informativo aceptable -para lo que corre por ahí-, con una difusión en su zona de influencia muy superior a la de periódicos de distribución estatal, como puedan ser "El País", "La Vanguardia" o "El Mundo", que son los únicos diarios con un seguimiento aceptable por esta zona. Información cuenta con articulistas de opinión muy notables, como Juan José Millás y Manuel Avilés.

Si la noticia fuera de otra índole añadiría un comentario irónico sobre el fallo y sus posibles interpretaciones, pero dadas las características de la noticia, dar cuenta del fallecimiento de una persona, dejo el comentario para mejor ocasión. Sin embargo esta doble publicación de una noticia, y más por su índole, da una idea bastante penosa acerca del nivel de rigor a la hora de revisar la edición antes de sacarla a la calle, al menos en esta ocasión.



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