jueves, 14 de febrero de 2013


Mi Primera Narración 
(a partir de un texto recomendado,  en azul) para el 
SEMINARIO DE ESCRITURA 2013 en SANT JOAN D'ALACANT
 organiza: LIBRERIA TEOREMA 
colabora: Concejalía de Cultura  
dirige: MANUEL AVILÉS, escritor

Nota: Si alguien dispone de tiempo, le apetece hacerlo y desea probar su capacidad narrativa con un relato de su invención, a partir del texto azul, puede hacerlo con total libertad y dándole el enfoque que considere más conveniente; sea éste humorístico, dramático, policíaco, real como la vida misma, etc. Los organizadores del Seminario no tienen ninguna vinculación con esta iniciativa de "El color del maldito cristal"; aunque les agrada todo cuanto sirva para fomentar la lectura y la capacidad para escribir mejor, que es el objetivo esencial del Seminario. La extensión debe ser de un máximo de dos folios, tamaño de letra, 12 y un interlineado de dos espacios. Suele ser lo habitual. Para mayor claridad añadiré que el espacio que ocupa en está página corresponde a un escrito de casi dos folios, dejando 25 en todos los márgenes de la hoja, superior, inferior, interior y exterior.


Está amaneciendo. El día es frío, helador, diría yo. El autobús se dirige lentamente, con un traqueteo soportable, a completar su línea. La línea 23. Viajamos en él tres personas además del conductor. Una señora mayor, con tres capas de ropa, dormita en un asiento inmediatamente detrás del chofer. Yo viajo en la mitad del vehículo y una chica joven va al final. Todos guardamos las distancias y reina el silencio. Me fijo en la chica joven. Debe de tener 20 años aunque quienes pasamos de los cincuenta calculamos muy mal la edad de los jóvenes. Es guapa, morena, parece alta y con un tipo importante, pero está sentada y no puedo afirmarlo sin riesgo de ser temerario. Un momento... De su asiento caen unas gotas al suelo del autobús. Son gotas de sangre.

Bueno... parece sangre. No distingo bien. Con los años he perdido visión y la luz de este condenado autobús no se puede decir que sea muy buena. Puede tratarse de algo que esté bebiendo, lo haya dejado en el asiento de al lado y en un movimiento brusco del bus se haya volcado, derramándose algo del contenido antes de que lo haya podido coger. O que al tirar de la solapa de cierre hayan saltado algunas gotas. Pero con ese color que parece sangre, ¿qué puede ser? Un zumo de tomate a estas horas no parece probable. Una Coca Cola tampoco, lo que hay en el suelo se nota más denso; las gotas se han quedado «clavadas», no corren... Quizás, un batido de cacao. A esta distancia no soy capaz de distinguir entre marrón oscuro y granate.

Voy a acercarme, como si quisiera ver algo del recorrido que estamos pasando y compruebo de qué color es. Si es sangre o lo parece, le pregunto cualquier tontería para que no se asuste y según como reaccione le digo si necesita ayuda. No se… Igual me manda a la porra o se pone a gritar. Los jóvenes de hoy no son como los de antes, cuando había un respeto para los mayores. Me está mirando. Parece como si quisiera pedirme ayuda.

¡Vaya, otra parada! Esperaré a ver quien sube. Este autobús es desesperante: entre las paradas que hace y los rodeos que da… Cuando no voy muy lejos me sale más a cuenta ir andando. Al menos no me consumo...

Tres nuevos pasajeros: un moro, un negro y un indio. ¡Je, je!, me ha salido la vena racista. Si estuviera hablando con alguien tendría que nombrarlos como los de la Radio o la Televisión: un magrebí, un subsahariano y un hispanoamericano…

En fin, no divaguemos y a ver si esa se ha desangrado. Dos de los que han subido, el moro y el indio, se han sentado atrás de la señora mayor y el negro, tres filas delante de la joven pero al otro lado, con lo cual sigo viéndola igual. ¡Caramba!, las gotas no están. Bueno, en realidad, sí: está el rastro. Se debe de haber dado cuenta y las ha pisado intentando borrarlas.

No se qué hacer. Su cara no parece indicar que le pase algo pero tampoco que esté normal. Me ha vuelto a mirar, pero al devolverle la mirada ha vuelto rápido la suya hacia la ventanilla. Se mueve como si estuviera inquieta. Los demás ni se fijan. Está cada uno pensando en sus cosas, aparte de que ya no se nota más que el restregón. Dejaré pasar un momento y vuelvo a mirar. Según lo que vea, actúo.

Han pasado treinta segundos. La veo incómoda. Decididamente, le voy a preguntar. Es posible que le haya pasado algo que la ha dejado en estado de shock y no sabe qué hacer.

¡Otra parada! Bueno, a ver si ahora sube alguien del país... ¡Hombre, un chino! El bus multirracial. Debe de ser eso que han bautizado como globalización. Con los que han entrado ya somos... Cuatro del país, un moro, un negro, tres sudacas y un chino. España, 4; Selección de la FIFA, 6.

Tengo que decidirme sino voy a llegar a la parada del taller. La próxima es Vistahermosa y allí subirá bastante gente. Menos mal que no es la hora de entrada o salida de los colegios: se llenaría el autobús. Al menos subirían veinte críos. O sea, veinte smartphones. Diez que ya lo llevarían en la mano y el resto que lo sacaría de la mochila en cuanto plantificara las posaderas en el asiento o se apoyara en algún sitio.

Decidido. Voy ya y con tacto, con sumo tacto, para que no se asuste, ni me arme la de Dios es Cristo, le pregunto:

-Perdone que la moleste, joven, pero me ha parecido advertir…

Demasiado rebuscado. Me va a mirar como si fuera un marciano. Mejor:

-Perdone, joven, ¿necesita ayuda?

No, tampoco. Demasiado escueto y directo. O, puede que no. Es posible que me mire, entre asustada y conmovida, porque un desconocido se interesa por ella. ¡Claro!, esa puede ser su reacción perfectamente. Incluso, confiada y procurando que nadie lo advierta, me muestra una pequeña herida en el brazo izquierdo. No, en la rodilla. En el muslo. No, no, no… Tiene una pequeña mancha de sangre en la blusa, encima de la…

¡Ostia, mi parada! Pero… ¡ha pasado de largo por Vistahermosa, el muy cabrón!…

-¡Espere, que bajo aquí!

¡El timbre! ¡Tengo que tocar el timbre!

Uf!... Menos mal que he tenido tiempo de bajar. Si entro tarde en el taller ese cerdo me lo descuenta del sueldo.

Mira que si era sangre lo de esa desgraciada… No tendrías que haberle dado tantas vueltas a la cabeza, imbécil; que siempre te pasa igual...

Si me dieran diez euros por cada pensamiento que a lo largo de mi vida no he convertido en acción... Montaba mi propio taller y... ¡Pero, bueno!, ¿eres tonto o qué? Me dedicaría a darme la gran vida y... ¡je, je!, seguro que todavía me quedaría para financiarle al Ayuntamiento un recorrido que llevara de la Plaza del Olivo a la Biblioteca sin necesidad de dar un rodeo de tres kilómetros.


Eugenio Guardiola Santafé, Sant Joan D'Alacant, Febrero 2013

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