CON CINCO DOMICILIOS ENTRE
BARCELONA, ALICANTE Y SANT JOAN
Las plantas, como los animales y las personas, son capaces de resistir los cambios de vivienda, de clima, de circunstancias y, si se sienten a gusto e identificados con un lugar, crecen, se desarrollan y se hacen mayores, como las personas.
UN POCO DE HISTORIA EN BARCELONA
A mediados de los 1980s mi hermana Rosario le compró un ficus a nuestra madre en Marta, una tienda de flores y plantas de la calle Muntaner, ubicada en uno de los bajos del edificio del Colegio San Miguel, situado en la misma manzana de casas en la que vivíamos, así que el primer domicio del ficus estuvo en el nº 133 de la calle Aribau, en la misma manzana de casas, de forma que desde la galería del piso veíamos todo el interior de la manzana. Era entonces una planta joven, de una altura de medio metro escaso. Allí permanecería hasta dos años después del fallecimiento de mi madre, ocurrido en 1998; momento en que, junto con el resto de plantas que todavía estaban allí, las llevé a mi estudio. A pesar de los años transcurridos había crecido muy poco. Cuando me fui a vivir a Alicante en el año 2002 muchas de las plantas que tenía en el patio de mi estudio de la calle Provenza 89, en Barcelona, justo al lado de la desaparecida Editorial Sopena, me acompañaron.
UN POCO DE HISTORIA EN BARCELONA
A mediados de los 1980s mi hermana Rosario le compró un ficus a nuestra madre en Marta, una tienda de flores y plantas de la calle Muntaner, ubicada en uno de los bajos del edificio del Colegio San Miguel, situado en la misma manzana de casas en la que vivíamos, así que el primer domicio del ficus estuvo en el nº 133 de la calle Aribau, en la misma manzana de casas, de forma que desde la galería del piso veíamos todo el interior de la manzana. Era entonces una planta joven, de una altura de medio metro escaso. Allí permanecería hasta dos años después del fallecimiento de mi madre, ocurrido en 1998; momento en que, junto con el resto de plantas que todavía estaban allí, las llevé a mi estudio. A pesar de los años transcurridos había crecido muy poco. Cuando me fui a vivir a Alicante en el año 2002 muchas de las plantas que tenía en el patio de mi estudio de la calle Provenza 89, en Barcelona, justo al lado de la desaparecida Editorial Sopena, me acompañaron.
En
su segundo domicilio, mi estudio, crecería algo más, pero tampoco demasiado, de
forma que llevarla a Alicante no supuso ningún problema. Supongo que el cambio
de hábitat requería tiempo para adaptarse a las nuevas condiciones, en las que
sólo tenía sol un par de horas al día en los meses de verano. Muchas de las
plantas que aparecen en la foto inferior las compré en una floristería de la Calle Casanovas, enfrente del Mercat del Ninot, de una de las cuales, un jazmín amarillo, he
colocado diversas fotos en mi página de facebook: su historia es similar a la
del ficus.
El ficus está en el extremo superior derecha, junto a la
tapia que daba
a la desaparecida Editorial
Sopena.
|
En este recorte se puede apreciar como estaba el ficus en el 2001.
HISTORIA RECIENTE EN ALICANTE
La tercera vivienda estaba situada en el barrio de El Pla, cerca de las primeras instalaciones del Club Montemar. En el quinto piso de una casa de siete plantas, con un largo balcón descubierto en forma de L, que daba a dos calles. Allí estuvo con nosotros dos años y medio, en la parte del balcón más protegida del viento, creciendo algo más, pero también con muy poco sol.
La tercera vivienda estaba situada en el barrio de El Pla, cerca de las primeras instalaciones del Club Montemar. En el quinto piso de una casa de siete plantas, con un largo balcón descubierto en forma de L, que daba a dos calles. Allí estuvo con nosotros dos años y medio, en la parte del balcón más protegida del viento, creciendo algo más, pero también con muy poco sol.
La
cuarta vivienda fue un bungalow (casa adosada de dos
plantas) en la urbanización Bahamas-4, situada en el término municipal de San
Juan, equidistante un kilómetro del pueblo y de la playa. Allí creció, en
el pequeño patio junto a la entrada, con más sol, hasta alcanzar algo más del
metro de altura, con varias ramas. Estuvimos un par de años más, hasta que nos
trasladamos, en Enero del 2007, a nuestra actual residencia, una casita baja de
dos plantas en San
Juan Pueblo.
El nº 4 de la urbanización Bahamas-4, que, entre las dos filas de casas adosadas de forma escalonada, había una amplia zona ajardinada, con árboles. En la columna blanca del pórtico está el ficus, plantado en la maceta en el suelo. En la escalera mis dos hijas adoptivas, Nala, chihuahua y Laika, caniche |
PRESENTE EN SANT JOAN PUEBLO
En la quinta residencia, en Sant Joan Pueblo, el ficus, como nosotros, se sintió a gusto, aclimatado y dispuesto a crecer lo que diera de sí el macetón al que lo trasplantamos, a la derecha junto a la puerta del lavadero. Crecía bien, de forma armónica y las ramas que iban surgiendo del tronco principal —todavía a metro y medio del tejado, formado por una lona de malla muy cerrada—, ya bastante desarrolladas, lentamente pero de manera significativa.
En la quinta residencia, en Sant Joan Pueblo, el ficus, como nosotros, se sintió a gusto, aclimatado y dispuesto a crecer lo que diera de sí el macetón al que lo trasplantamos, a la derecha junto a la puerta del lavadero. Crecía bien, de forma armónica y las ramas que iban surgiendo del tronco principal —todavía a metro y medio del tejado, formado por una lona de malla muy cerrada—, ya bastante desarrolladas, lentamente pero de manera significativa.
Lentamente la rama madre se acercaba al techo, mientras otra parecía querer entrar en el lavadero. Hicimos un reajuste para impedirlo pero a costa de que en pocos meses la madre estuviera más cerca de chocar. Quizá debimos facilitarle la salida... |
Sin embargo, a partir del regreso de unas cortas vacaciones el crecimiento se paralizó, aunque entonces no lo advirtiéramos. Habíamos dejado encargada de la limpieza de la casa y del riego de las plantas a la mujer que la limpiaba habitualmente, persona de absoluta confianza y muy competente en su trabajo. Cuando regresamos nos comentó que su esposo le había ayudado a regar y hecho algunos arreglos en las plantas. Las ramas del ficus estaban colocadas de una forma extraña y el conjunto había perdido armonía. Debíamos incorporarnos a nuestro trabajo, íbamos limitados de tiempo y no hicimos nada.
Pasado más de un año empezó a verse claro que el arreglo había sido poco afortunado, pero como tampoco veíamos lo que se podía hacer para remediar el desaguisado —sin empeorarlo— lo dejamos correr, confiando en que el tiempo y la naturaleza obraran el milagro de recomponerlo. Mientras, quienes no dejaban de crecer eran las ramas del ficus, algunas antiguas y las nuevas que surgían, de forma que la cosa se fue complicando de tal manera, que cualquier intento de poner orden empezó a ser superior a nuestras fuerzas y nos resignamos a que creciera a su aire.
Pasado más de un año empezó a verse claro que el arreglo había sido poco afortunado, pero como tampoco veíamos lo que se podía hacer para remediar el desaguisado —sin empeorarlo— lo dejamos correr, confiando en que el tiempo y la naturaleza obraran el milagro de recomponerlo. Mientras, quienes no dejaban de crecer eran las ramas del ficus, algunas antiguas y las nuevas que surgían, de forma que la cosa se fue complicando de tal manera, que cualquier intento de poner orden empezó a ser superior a nuestras fuerzas y nos resignamos a que creciera a su aire.
Al
cabo de otro año la rama principal ya había llegado a la lona que cubría
la parte trasera del patio y, al no poder crecer hacia arriba, se fue por un
lado, desarrollándose de forma paralela al suelo y pegada a la pared. Con
todo, tratamos de evitar el desmadre total mediante cuerdas que las mantuvieran
a todas cercanas a las paredes del patio, excepto una, la preferida por los
gorriones para columpiarse, que estaba fuera de control.
Meses más tarde, una rama joven salida de la principal encontró un hueco en la lona y salió por allí, abriéndose paso entre el enjambre de campanillas, dispuesta a ver mundo. Poco a poco fue creciendo y tirando hacia el cielo. Semana a semana se notaba que aparecía una hoja nueva, primero su vaina y luego ella. Las campanillas, por cierto, tuvimos que eliminarlas porque se estropearon de forma fulminante y a pesar de los cuidados, no pudimos salvarlas.
La rama -arriba izq.- consiguió abrirse paso por un hueco de la lona, entre el enjambre de campanillas. |
El tiempo fue transcurriendo y daba gusto ver esta rama externa, convertida ya en un arbolillo con entidad propia, mientras el resto de la planta permanecía en el invernadero.
Tanto ella como una hija que había tenido, que crecía por su cuenta
dispuesta a seguir su propia dirección, se alimentaban de la pobre rama madre,
ya abuela, que, la pobre, apenas tenía fuerzas para sacar una hoja nueva en su propio tronco, de tarde
en tarde.
Debajo de la lona la madre busca la salida al exterior, arriba, su hija y su nieta crecen |
Los
gorriones, a los que las ramas van de perlas para sus evoluciones, han
contribuido a desequilibrar al ficus. Las utilizan para posarse, como
observatorio y como columpios, de forma que las ramas más largas —en especial
la ya mencionada—, con un peso propio ya notable, han ido bajando de altura. El
hecho de utilizarlas como observatorio se debe a que cuando estamos en el patio
comiendo, leyendo, charlando o, simplemente, nos dedicados al dolce far niente, los gorriones no se deciden a bajar a comerse el
pan que hemos puesto. Sólo descienden a recoger las mollitas los más decididos,
que levantan el vuelo con una en el pico. Inmediatamente, los observadores, que no se han atrevido a bajar esperando que
otros hagan la faena peligrosa, los persiguen para quitarles el pan.
En la actualidad, contando desde la base hasta la copa, por decirlo de algún modo, la altura del ficus debe rondar los seis metros. Estaría mejor en un jardín o en un parque, bien cuidado y con tierra suficiente para seguir creciendo. Y servir, también, como ejemplo de adaptación al medio en el que vive, al igual que se adaptan las personas y convertirse, así, en un ficus santjoaner de adopción, como quienes lo trajeron. Incluso -aunque eso pueda parecer utópico-, con una placa que cuente su historia, sus viajes, su capacidad de resistencia y de reconocimiento a su lugar de residencia definitivo.
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