La Aparición fue así de espectacular, aunque de entrada se presentó con el típico triángulo con un ojo dentro |
RESPUESTA A JOSEP Mª MONSÓ
(Publicada en el nº 2 de Bola de Set y transcrita tal cual se publicó)
A
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nte la polémica desatada por el nuevo
formato del Campeonato Social, categoría Individual Masculino, me veo en la
obligación de puntualizar que los cambios efectuados se basan en los hechos que
a continuación expongo. Juro solemnemente que lo que voy a contar es tan cierto
como que los jugadores de mayor nivel se desviven por jugar con los de niveles
inferiores, ansiosos de transmitirles aquella parte de sus conocimientos
tenísticos que permita la congénita incapacidad de los menos dotados para la
práctica del tenis.
Los hechos sucedieron así:
Me encontraba sentado en un sillón de la
Biblioteca de la C.I.A. (Agencia Central de Iluminados) en donde, en un vano
intento de conciliar el sueño, estaba, al igual que otros cuentan borregos,
contando “vacas sagradas”: Monsó; Monsó y Navarro; Monsó, Navarro y Ocaña;
Monsó, Navarro, Ocaña y Julia, etc; cuando, ¡zas!, se me apareció DIOS.
Era ÉL, lo juro. El triángulo, un ojo en
su interior, los rayos luminosos saliendo de los tres lados, el color amarillo,
brillante, cegador… Todo coincidía con la idea que tengo de ÉL desde mi más
tierna infancia. Además, es que me lo dijo:
– Euge, soy YO.
– ¡Tú!
– Sí, YO –repitió con un tono de infinita
paciencia.
– ¡Cielos, ÉL! –no pude por menos que
exclamar, como dirigiéndome a un público invisible.
Ya sé que parece un diálogo para besugos,
pero es que sucedió así.
– Tengo una misión trascendental que
encomendarte –añadió.
Como me quedé mudo, transido por la emoción
sobrecogedora del instante, continuó hablando.
– Te he elegido, hijo mío para que,
después de que te ilumine a fondo, transmitas a mi pueblo un mensaje. El
mensaje de dios para todos los organizadores de torneos del Mundo y tenistas en
particular. Son los diez mandamientos de la Ley tenística. Léelos, difúndelos y
hazselos cumplir a mi rebaño.
– ¿Todo el mundo debe cumplirlos, Señor?
–pregunté sibilinamente
– Sí, todos sin excepción –contestó en un
tono de voz que no admitía réplica. Y añadió, implacable-: Vacas Sagradas
incluídas.
Me dejó las Tablas, con los Diez
mandamientos y se esfumó.
Saliendo del pasmo, me incorporé y fui,
raudo y veloz, a ponerme en contacto con los restantes Sabios de la Tribu sin
poder evitar, no obstante, que se me escapara una risita sardónica, como la de
Richard Widmark mientras empujaba, escaleras abajo, la silla de ruedas con la
ancianita a bordo. EUGENIO GUARDIOLA
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